-¡Cómo! ¿Qué queréis decir? -preguntó Valentina-. ¿Dónde está el conde? ¿Dónde está Haydée? -Mirad -dijo Jacobo. Los ojos de los dos jóvenes se fijaron en la línea indicada por el marino, y sobre ella, en el horizonte que separa el cielo del mar, distinguieron una vela blanca, grande como el ala de la gaviota. -¡Partió! -exclamó Morrel-, ¡partió! ¡Adiós, amigo mío! ¡Adiós, padre mío! -¡Partió! -murmuró Valentina-. ¡Adiós, amiga mía! ¡Adiós, hermana mía! -¡Quién sabe si algún día le volveremos a ver! -dijo Morrel, enjugándose una lágrima. -Cariño -repuso Valentina-, ¿no acaba de decirnos que la sabiduría humana se encierra toda ella en estas dos palabras?: ¡Confiar y esperar!
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-¡Cómo! ¿Qué queréis decir? -preguntó Valentina-. ¿Dónde está el conde? ¿Dónde está Haydée?
-Mirad -dijo Jacobo.
Los ojos de los dos jóvenes se fijaron en la línea indicada por el marino, y sobre ella, en el horizonte
que separa el cielo del mar, distinguieron una vela blanca, grande como el ala de la gaviota.
-¡Partió! -exclamó Morrel-, ¡partió! ¡Adiós, amigo mío! ¡Adiós, padre mío!
-¡Partió! -murmuró Valentina-. ¡Adiós, amiga mía! ¡Adiós, hermana mía!
-¡Quién sabe si algún día le volveremos a ver! -dijo Morrel, enjugándose una lágrima.
-Cariño -repuso Valentina-, ¿no acaba de decirnos que la sabiduría humana se encierra toda ella en
estas dos palabras?:
¡Confiar y esperar!
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